La representación del género y la sexualidad
El género, el sexo y la orientación sexual se representan por medio de categorías binómicas donde uno de los términos se define como normal y el otro se asocia a estereotipos negativos.
Esta representación, además de excluye toda categoría intermedia.
La alteridad en la sociedad patriarcal define como identidad universal la del hombre blanco adulto heterosexual libre y productivo frente a los estereotipos de mujer, de dependiente, de persona con otras opciones sexuales, diferente cultura a la dominante o minorías étnicas y religiosas. El capitalismo y el racismo utilizan esta lógica de la pureza y la opresión en un sistema jerarquizado donde la riqueza se acumula en los estamentos superiores.
El sistema de categorías funciona a través de binomios (elementos contrarios y complementarios): hombre vs. mujer ( somos hombre o mujer), masculino vs. femenino, heterosexual vs. homosexual, monogamia vs. no-monogamia, etc. La cultura marca la identidad universal (hombre, masculino, heterosexual, monogamo) como neutral. Cada término se asocia a estereotipos donde el término opuesto al universal es impuro.
El cuerpo es un texto (una construcción que cobra su sentido a través de códigos, normas, reglamentos o gramáticas, que debe ser entendido dentro de un contexto cultural y que es el producto y a la vez productor de un discurso).
Las normas crean la normalización y naturalizan cosas que no son naturales creando cuerpos dóciles; es decir cuerpos que pueden ser sometidos, utilizados, transformados y perfeccionados. Como consecuencia surgen agramaticalidades corporales: características que están fuera de estos binomios y personas que son marginadas, criticadas y estereotipadas por no seguir esas normas. El cuerpo es el referente de nuestra identidad y de nuestra experiencia; es donde opera el sistema de sexo-género.
Por sexo se entiende el conjunto de las peculiaridades bioquímicas, fisiológicas relativas al cuerpo y orgánicas, que dividen en machos y hembras a una especie.
La intersexualidad, que afecta a un 1% de la población mundial, se diagnostica como Trastorno del Desarrollo Sexual y consiste en una ambigüedad en los órganos genitales que puede ser perceptible en el momento de nacer, o no y que muchas veces terminan en cirugías correctoras o cirugías normalizadoras con consecuencias nefastas para esa persona. La opción médica es la solución contra la ambigüedad en la categoría de sexo.
El género es cultural. Ya Simone de Beauvoir en El segundo sexo indica que la feminidad no depende de la naturaleza biológica, sino que se adquiere culturalmente. Teresa de Lauretis en “tecnologías del género” dice que el género es el producto de la tecnología política: tecnologías sociales, discursos institucionales, epistemologías varias y prácticas tanto críticas como de la vida cotidiana. Judith Butler en El género en disputa habla del género como una performance: un conjunto de gestos, de actos, de comportamientos que contribuyen a fijar y a que se reproduzca cierta idea de lo que es ser mujer o lo que es ser hombre.
Cuando se habla de identidad, se habla de identidad de género. Porque si una persona no se reconoce en ninguno de los dos géneros establecidos no se le reconoce una identidad.
En las identidades transexuales (un 0,46%) tiene quiere socializarse en el género opuesto a el sexo asignado la persona. A una persona no le es reconocido socialmente vivir en tránsito porque esa ambigüedad no es interpretable y no es admitida o asumida. La representación que se hace de la transexualidad en los medios de comunicación es unívoca con la interpretación médica de disforia de género (DSM) que emprende un viaje sin retorno en su proceso de reasignación de sexo.
Hay todo un discurso médico que propicia el odio hacia el propio cuerpo por no tener el sexo adecuado. Algunas personas transexuales se apropian de este discurso para poder hacer la reasignación de sexo deseado. Pero hay personas que quieren vivir justamente en el tránsito entre el género masculino y femenino.
Mientras el binarismo de sexo se restringe a aspectos biologícos (inevitables) el binarismo de género se relaciona íntimamente con las categorías basadas en la orientación del deseo, y las prácticas sexuales y amorosas.
En el binomio de orientación sexual también hay categorías puras como parte del discurso hegemónico normativo. Aunque todavía encontramos casos de patologización de la homosexualidad. Se tiende a explicaciones biologicistas y a su normalización con representaciones de la homosexualidad de acuerdo a las de sexo y género tradicionales. Esto refuerza la patologización de la transexualidad y la asexualidad (un 1%).
Existe un marco social que produce discursos sobre la categorías de homosexualidad (con notables diferencias entre al masculina y la femenina) pero mantiendo la categoría de heterosexualidad como hegemónica. Una vez más el binomio deja fuera la bisexualidad que representa más de la mitad del colectivo LGTB.
En resumen, cerca del 60% de la población forma parte de los términos devaluados (mujeres y homosexuales) y alrededor de un 10% queda fuera de los mencionados binomios incluyendo un 7% bisexual, 1% asexual , 0,46% transexual y 1% interesexual.